En ocasión, del Congreso Argentino de Antimicrobianos 1990, el Dr. Francisco Maglio, Infectólogo e integrante del Comité de Bioética del Hospital Muñiz, Argentina, envió una carta a su Presidenta, Dra. Alicia Farinatti. Se trata de una «carta-ficción» escrita por una bacteria, para reflejar con algo de humor la terrible realidad que nos ofrecen las infecciones por gérmenes multirresistentes.
De mi bacteriana consideración:
Por los trágicos acontencimientos que son de bacteriano y público conocimiento y a los que seguidamente me referiré, las bacterias que ancestralmente vivimos en el colon de la tribu humana hemos decidido organizarnos frente al enemigo común: la alocada carrera armamentista antibiótica.
Para ello hemos fundado la UNCOBASA, Unión Colónica de Bacterias Saprófitas, entidad de bien bacteriano sin fines de lucro, con personería peptoglicana en trámite en comicios celebrados limpiamente (es una forma de decir) en Avda. Sigmoides a la altura de la vellosidad 106, y por abrumadora mayoría de fimbrias ha recaído en mi humilde genoma la tremenda responsabilidad de ejercer la presidencia y como tal es que quiero dirigirme a bacteriólogos e infectólogos de esa prestigiosa institución.
Sra. Presidenta, nuestra ahora sufriente comunidad ha conocido épocas mejores. ¡Ah! Aquellos tiempos felices de la armoniosa vida con leucocitos, complementos y anticuerpos, quienes juntamente con nuestros propios sistemas defensivos detectaban precozmente algún invasor a nuestra patria feliz y con un mínimo derramamiento de ADN era rápidamente expulsado. Ahora, en cambio, crueles anillos beta-lactámicos aprovechándose de nuestras inocentes porinas desembarcan tomando por asalto cuanta PLP se le ponga por delante no respetando pilis ni marcas, pagando justos por pecadores y quedando vellosidades devastadas y arrasadas.
Con seguridad, los ilustrados socios de la benemérita SADEBAC saben bien lo que significa un colon despoblado: quién o quiénes ayudarán en la síntesis de vitamina K, en el ciclo de la urea y en los circuitos enterohepáticos, por citar tan sólo algunas de las innumerables ayudas que brindamos a los humanos. Ni que hablar del voluntariado anaerobio, otrora bien nutrido y presto siempre a defendernos y defenderlos del artero ataque de las bacterias de rapiña.
Da pena verlos pasar, ahora, con sus paredes acribilladas por humanos pero "inbacterianos" cefalosporinazos. Para colmo de desgracias, vemos con espanto cómo las lacras de la sociedad de consumo antibiótico han penetrado en nuestra juventud bacteriana: las klebsiellas ya no son aquellas bacteritas traviesas e inocentes, no Sra. Presidenta, se han prostituido por un par de transposones mal pasados y andan pavoneándose por territorios que no les son propios.
Ni qué hablar del vergonzoso espectáculo que ofrecen ciertas bacterzuelas, algunas ya embarazadas con plásmidos de dudoso origen, que andan por recónditas vellosidades
provocando a nuestros jóvenes enterobácteres. Como si esto fuera poco, han aparecido unos coli, terribles y descastados, que arguyendo falsas promesas han inyectado con sus poderosos pili a nuestras hijas, vírgenes e indefensas, según ellos una «vacuna», que bien sabemos las bacterias madres que se trata, en cambio, de un poderoso factor extracromosómico de multirresistencia.
Como decía una bacteria amiga en una carta al Director de la prestigiosa publicación Revista de Infectología (Volumen 2; pág. 56; año 1985) y a la que mucho he seguido para esta comunicación: «Si hasta los clostridios, por tradición laboriosos y honestos, se han puesto difíciles». Sabemos bien que se nos acusa de beta-lactamasas; pero ¿qué podemos hacer frente a despiadados e injustificados ataques, como por ejemplo, el tronar de cañones de una cefalosporina de 3era. generación contra un débil estreptococo en las fauces? ¿No se han dado cuenta del daño devastador que nos producen aquí, a la distancia y en un sitio que nada tiene que ver? Quisiera verlos a ustedes, mis respetados bacteriólogos e infectólogos, en esta situación, con millones de inocentes muertos, infinitos nichos ecológicos destruidos, millares de colonias desechas, cuando todo esto se hubiera evitado con un poco de nuestra honesta, fiel, segura y barata penicilina.
No queremos la guerra, Sra. Presidenta, pero no nos obliguen a esta lucha despiadada y cruel en la cual todos perdemos: tenemos una hermosa vida por delante en cooperación y armonía; administren Uds. con prudencia y sabiduría los antibióticos que nosotros sabremos recompensarlos con la saludable eubacteriosis que nos legaron nuestros mayores.
Por todo esto, Sra. Presidenta, apelando a su condición de mujer, es que le pido, como bacteria y como madre, un alto el fuego.
Sin otro particular y haciéndole llegar desde estas profundidades nuestros sinceros deseos para el éxito de vuestro Congreso antimicrobiano 90, me despido de usted con mi consideración más bacteriana.
Esche Richia viuda de Coli.
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